15 de febrero de 2011

Las escrituras a la luz de los conocimientos científicos

Las santas escrituras a la luz de los modernos conocimientos científicos

Uno se sorprende de la enormidad de reacciones de comentaristas cristianos sobre esta acumulación de errores, improbabilidades y contradicciones. Algunos reconocen esto y no dudan referirse a estos sensibles problemas en sus obras. Otros rápidamente recurren a afirmaciones inaceptables, y se encierran en una defensa del texto palabra por palabra, e intentan mediante declaraciones apologéticas y tratan de convencer con una gran inversión de argumentos, con la esperanza, hacer olvidar lo que la lógica desecha. En su introducción de su traducción del Génesis, el padre de Vaux habla de esta crítica y también se explaya sobre su justificación. Pero para él una rectificación objetiva de los hechos del pasado no es de su interés. En sus notas escribe, no tiene mayor importancia, si la Biblia “recoge los recuerdos de una o más desastrosas inundaciones del Tigris y Éufrates, que han sido exagerados por las tradiciones; sólo para nosotros lo esencial es, que el santo autor ha dotado a estos recuerdos con una eterna enseñanza sobre la justicia y la misericordia de Dios, sobre la maldad del hombre, y la salvación de los justos se dará”. De esta manera la transformación de una leyenda popular se justifica como en evento a nivel divino y como esto les es ofrecido a las persona como un acto de fe, a penas que un autor usa esta leyenda como ilustración para una doctrina religiosa.

Una actitud apologética como esta, justifica cada abuso humano en la confección de escritos, de los cuales se afirma que son santas y que contienen la palabra de Dios. Permitir intromisiones humanas en lo divino, significa encubrir todas las manipulaciones humanas en los textos bíblicos. Tan pronto como sirve para un fin teológico, toda manipulación se legitima, y así las manipulaciones de los autores “sacerdotales” del siglo 6, son justificadas por sus intenciones legalistas, que llevaron a los conocidos relatos infundados. Una importante cantidad de comentaristas cristianos recurrió a una artificiosa explicación, de los errores, improbabilidades y contradicciones de los relatos bíblicos; ellos argumentan, la manera de expresarse los autores de la biblia, es excusable debido a su relación a los factores sociales de una cultura o mentalidad diferente, lo que llevó a una “género literario especial”.

Mediante la introducción de esta expresión en la sutil dialéctica de los comentaristas, todas las dificultades fueron tapadas. Cada contradicción entre dos textos tendría si explicación en la diferencia de expresión de cada autor, en su “género literario” especial. Por cierto, este argumento no es compartido por todos, ya que le falta la seriedad. Sin embargo, en la actualidad no está totalmente obsoleto, y en el nuevo testamento veremos con que medida se intenta, de esta manera, explicar las flagrantes contradicciones de los evangelios. Otro método, para hacer aceptable lo que la lógica tuvo que desechar, si se la aplicaba a los textos en disputa, consiste en envolver a estos textos con consideraciones apologéticas. De esta manera la atención del lector es desviada de la interrogante decisiva hacia otros problemas. En este método se basan las reflexiones del cardenal Danieluo sobre el diluvio, que publicó bajo el título “Diluvio”, bautismo, el juicio final, en la revista ‘Dieti vivant´. Allí escribió: “La tradición más antigua de la iglesia vio en la teología del diluvio, una figura del Salvador y de la iglesia. Se trata un acontecimiento de una eminente importancia, un juicio que afecta a toda la humanidad”. Después de que citó a Orígenes, quien en su prédica sobre Exequiel, habla de un “naufragio de todo el universo, que fue salvado con el arca de Noé”, el cardenal evoca al número ocho, “que expresa la cantidad de personas que fueron salvados por el arca de Noé (Noé y su esposa, sus tres hijos y las tres esposas de aquellos)”.

En esto acoge, por su lado, lo que escribió Justiniano en su diálogo: “Le ofrecieron el símbolo del octavo día, en el cual nuestro Salvador resucitó de los muertos”, y él escribe: “Noé el primogénito de una nueva creación, una figura del Salvador, quién completó lo que había estructurado Noé”. Se queda, por un lado, con la comparación entre Noé, quién fue salvado por el madero del arca que flotó sobre el agua y al agua bautismal (“Agua del diluvio, del cual surge una nueva humanidad”) y, por otro lado, la madera de la cruz. Él insiste en el valor del simbolismo y concluye con la betonuna del “la riqueza espiritual y doctrinal del sacramento del diluvio” (s i c). Habría mucho que decir sobre esta aproximación apologética. Se recuerda, que se comenta un suceso, cuyo contenido verídico no es posible defenderlo, no en vista de su importancia universal, ni en la época en la cual lo ubica la Biblia. Con comentarios como los del cardenal Danieluo, se regresa a la edad media, donde los textos había que tomarlos tal como son y donde cualquier trabajo inconformista estaba fuera de discusión. De hecho es confortante, que antes de este tiempo de un oscurantismo impuesto, se puede encontrar también opiniones lógicas, como por ejemplo de san Agustín, quién con sus reflexiones estaba bastante adelantado a su tiempo. En los tiempos de los padres de la iglesia, deben haber aparecido problemas de la crítica de texto, ya que en su carta 82, Agustín hace referencia a uno de ellos. La sección características de esto es: “Sólo en los libros de la escritura, llamados canónicos, he aprendido darle todo mi respeto y atención, que creo firmemente, que ninguno de sus autores se equivocó en sus escritos. Si en estos escritos encuentro una declaración, que pareciera estar en desacuerdo con la verdad, entonces no dudo, que eventualmente el texto (de mi ejemplar) es defectuoso, o que el traductor no reprodujo correctamente el texto original, o que mi inteligencia es deficiente”. Para Agustín era impensable, que un texto sagrado pueda contener un error; él define claramente el dogma de la inerrancia. En vista de una, parte, que pareciera contradecir a la verdad, abogaba por la investigación de la causa y no excluyó la hipótesis de un origen humano. Esta es la posición de un creyente con sentido crítico. En la época de san Agustín no existía una posibilidad de una confrontación de textos bíblicos con la ciencia. Una comprensión como la suya permitiría eliminar muchas dificultades, que en la actualidad de forman por la confrontación de ciertos textos bíblicos con conocimientos científicos.. Pero los especialistas actuales, al contrario hacen todo lo posible para defenderse contra toda impugnación de un error. En su introducción al Génesis, el padre de Vaux nos nombra las razones que lo impulsan a esta defensa a todo precio de este texto incluso cuando esto evidentemente no es aceptable histórica ni científicamente. El nos pide, no mirar la historia bíblica “según las reglas que se usan actualmente parea la historia” - como si podrían existir distintas clases descriptivas de la historia.

Todo el mundo está de acuerdo, que una historia incorrectamente contada se transforma en una novela histórica. Empero aquí se escabulle ce las normas de nuestras concepciones. El comentarista bíblico rechaza toda comprobación, de los relatos bíblicos mediante la genealogía, paleontología y hechos de la prehistoria. Él escribe: “La Biblia no está sujeta a ninguna de estas disciplinas, si se la confrontaría con los hechos científicos, entonces esto llevaría a un antagonismo irreal o a una armonía artificial “. Debe tenerse en cuenta, que esta elucubración se refiere, lo que en el Génesis no está en absoluto concordancia con los conocimientos de la ciencia moderna, en este caso los primeros once capítulos. Sin embargo, si en la actualidad algunos relatos – quizás algunos episodios de la época de los patriarcas – están absolutamente verificados, entonces el autor no desaprovecha la oportunidad de apoyar la veracidad bíblica con los conocimientos de la ciencia moderna, él escribe: “Las sospechas, a las cuales estaban expuestos estos relatos, tuvieron que soslayarse frente a estas afirmaciones, que hicieron la historia y la arqueología del oriente en sus beneficios.” Dicho de otra manera: Si la ciencia sirva a la confirmación de los relatos bíblicos, entonces se la hace valer, pero donde los de debilita, no es lícita referirse a ella. Para conciliar lo irreconciliable, es decir, la teoría de la veracidad de la Biblia con el inexacto carácter de determinados hechos, sobre los cuales se habla en el Antiguo Testamento, los teólogos modernos se dedicaron revisar los conceptos clásicos de la verdad.

Estaría más allá del alcance de este libro, dar una exposición detallada de las observaciones sutiles, que se le hacen a lo largo y ancho en las obras, que se ocupan con la verdad de la Biblia, Por ejemplo O. Loretz (1972) Qué es la verdad de la Biblia. Aquí sólo damos el criterio sobre la ciencia: El autor señala, “#que el segundo concilio Vaticano, ha evitado formular reglas para la diferenciación entre error y verdad en la Biblia. Consideraciones básicas muestran que esto es imposible, ya que la iglesia no está en la situación de determinar sobre la exactitud o inexactitud de los métodos científicos, para que con esto pudiera resolver cuestiones fundamentales y generales, según la verdad de la escritura.” Es evidente, que la iglesia no se puede manifestar sobre el valor de un “método” científica como medio al conocimiento. Pero aquí se trata de algo totalmente distinto. No se trata de una discusión sobre una teoría, si no de hechos sólidos. ¿Hay que ser hoy un sabio, pata saber que la tierra y el hombre no se formaron hace 37 o 38 siglos, para demostrar que la evaluación basada en las genealogías pueden ser demostrados como falsas , sin corre el peligro de equivocarse?

Al autor aquí citado debería saber esto. Sus premisas hacia la ciencia, más bien tienen como meta una distracción, para que no sea tratado este problema, como se lo merece. La repetición de todas estas posturas de los autores cristianos referente a los errores científicos de los textos bíblicos, estaría mostrando lo incómodo que conlleva esto, y la imposibilidad de adoptar otra posición lógica, que la de reconocer e origen del error humano y la imposibilidad de aceptarlo como una revelación. Esta desazón en aquellos círculos cristianos, que se ocupan de revelación, también se evidenció en el concilio Vaticano II (1962-1965). Fueron necesarios no menos de cinco versiones, hasta que después de tres años de discusiones se llegó a un acuerdo sobre el texto final, y que terminó con “esta dolorosa situación, que amenazó con el fracaso de este concilio”, como lo formuló monseñor Weber en su introducción en el documento de concilio N° 4, sobre la revelación. Dos frases de este documento, que se refieren al Antiguo Testamento (Capítulo 4, pág. 53), hablan de la imperfección y fragilidad, de ciertos textos en una manera, que no permuten ninguna duda. “En vista de la situación de la humanidad, antes de que Cristo trajera la salvación, los libros del Antiguo Testamento permiten que todos reconozcan, quién es Dios y quien es humano, pero también la amanera como Dios en su justicia y misericordia es con la gente. Aún cuando estos libros contienen imperfecciones y fragilidades, sin embargo certifican una verdadera doctrina de enseñanza divina. Por las relaciones “imperfección” y “frágil”, que le son adjudicados de determinados textos, no se puede decir nada mejor, que estos textos provocan críticas e incluso pueden ser desechados; este principio es claramente admitido, no han identificado esta aparente cuasi-unidad. De hecho en los comentarios al documento oficial se encuentra una frase, de la pluma del monseñor Weber, quien corrige claramente la afirmación sobre la caducidad de ciertos textos, la solemne declaración del concilio es. “Sin duda determinados libros del la Biblia israelita sólo es de trascendencia limitada en el tiempo y contienen algunas imperfecciones en si”.

Este texto es una declaración general, para que finalmente haber sido aceptada con 2.344 votos contra 6, no ha sido identificado la aparente cuasi-unidad. De hecho, en los comentarios sobre el documento oficial, se encuentra una frase del monseñor Weber quién corrige claramente la afirmación sobre la fragilidad de ciertos textos, la declaración de la solemne declaración del concilio dice: “Sin duda algunos libros del la Biblia israelita es sólo de una trascendencia limitada en el tiempo y contienen algunas imperfecciones en si”, “Caducidad” la expresión de los oficialistas, de seguro no es un sinónimo para “trascendencia limitada en el tiempo”, una expresión del comentarista. En lo que se refiere al adjetivo “israelita”, que curiosamente incluye el autor, ha de sugerir, que el concilio sólo pudo analizar la versión hebrea. De ninguna manera fue el Antigua Testamento el objeto del juicio, solo la imperfección y la fragilidad de algunas de sus partes.

Conclusiones

No se debe adornar artificialmente los escritos bíblicos con cualidades, de los cuales se quisiera que tuviesen hay que verlas objetivamente como son. Esto no sólo implica el conocimiento de los textos, sino también la historia de ellos. Esto último permite de hecho hacerse una imagen de las condiciones, que en el correr de los siglos llevaron a la revisión de los textos, a la lenta aparición de la colección que tenemos hoy día –con numerosas omisiones y adiciones. Estas omisiones también hacen entendible. porque en el Antiguo Testamento se encuentran diversas versiones del mismo tema, como también contradicciones, errores históricos, improbabilidades e incompatibilidades con conocimientos científicamente comprobados.

Esto último es algo totalmente natural en obras humanas antiguas. ¿Cómo podrían faltar entonces en libros, que fueron escritos bajo las condiciones del origen del texto bíblico? Mucho antes de que podrían surgir los problemas científicos, en una época en la cual sólo se era posible formarse juicios a mano de improbabilidades y contradicciones, un hombre razonable como san Agustín, para el cual era impensable, que Dios le enseñaba a los hombres algo que se contradice con la realidad, el principio de la imposibilidad del origen divino, de una afirmación, que se opone a la verdad. Él estaba dispuesto, eliminar de los textos sagrados, que le parecía habría que eliminar por esta razón. Posteriormente, cuando se hizo evidente que algunos pasajes de la Biblia, eran incompatibles con los modernos conocimientos, se ha negado a adherirse a esta posición. Se insistió entonces en el florecimiento de toda una literatura, con el fin de mantener en la Biblia, contra toda racionalidad, textos que no deberían estar allí.

El concilio vaticano dos (1962-1965) ha atenuado considerablemente esta intransigencia, introduciendo una salvedad frente a los “libros del Antiguo Testamento” que contienen “Imperfecciones y caducidades” ¿Esta salvedad sólo quedará como un deseo piadoso o se corregirá en aquellos libros que ya no son aceptables, que aparte de toda manipulación humana están destinados de ser solamente “testimonio de una verdadera enseñanza divina?”

Fuente: www.enfal.de
@ Ekrem Yolcu
Traducido del alemán por A. Gundelach, Febrero 2011

2 comentarios:

Alexánder dijo...

La Biblia tampoco se queda atrás en lo que respecta a exactitud científica. Ya sea cuando relata el orden progresivo de preparación de la Tierra para la habitación humana (Gé 1:1-31), cuando dice que la Tierra es esférica y que cuelga sobre “nada” (Job 26:7; Isa 40:22), al clasificar a la liebre como rumiante (Le 11:6) o al señalar que “el alma de la carne está en la sangre” (Le 17:11-14), la Biblia siempre resulta científicamente exacta.

Albrecht Gundelach dijo...

La Biblia desde el punto de vista científico no tiene ningún valor, ya que tiene una enormidad de errores científicos que son ampliamente conocidos, por lo cual no voy a entrar en detalles. Hay artículos en mi página al respecto. El propio Alexander hace referencia a tres graves errores de la Biblia